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domingo, 27 de abril de 2014

Antioxidantes: Guerra abierta al radical libre (I)

Me confieso un firme admirador de los antioxidantes. Tal vez no cuelgue ningún póster de ellos en mi habitación, pero su labor me parece fascinante y, sobre todo, encomiable. Qué sería de nosotros sin ellos… Desde su salto a la fama hace unas décadas están en boca de todos, o de casi todos. Hasta mis preciados gatos se alimentan de pienso rico en estas salvadoras sustancias. Pero, ¿qué les hace tan especiales?

Retrocedamos en el tiempo hasta 2003. El irrepetible George W. Bush ordena la invasión de Irak para derrocar al terrorista Sadam Hussein. Por aquel entonces y por la gracia de Dios, Estados Unidos lideraba el llamado eje del bien, mientras Irak, Corea del Norte e Irán conformaban el eje del mal. Si trasladamos la divina expresión del sabio G.W. Bush al tema que nos ocupa, los antioxidantes serían los buenos y los radicales libres los malos. Pero entonces, ¿quiénes son los temidos radicales libres?



Básicamente, una especie muy peligrosa. Son sustancias químicas que genera nuestro propio organismo. Ejércitos de átomos y electrones “desapareados” durante la respiración celular y que atacan (oxidan) moléculas básicas para nuestro organismo, como son los lípidos, las proteínas y el ADN. Estas moléculas ven modificada su estructura y su funcionamiento, lo que puede provocar enfermedades cardiovasculares, neurodegenerativas y cáncer. Casi nada.

Por fortuna y por la gracia de Dios (que diría George W. Bush), disponemos de nuestros preciados antioxidantes, bienhechores como pocos. Atacan a los radicales libres y los anulan, evitando así el desarrollo de enfermedades, o previniéndolo al menos. Ya se sabe que más vale prevenir que curar. Podemos encontrarlos en los alimentos, de forma natural o sintética, como en breve os explicaré. Así pues, ¿por qué no alinearnos con el eje bien y reclutar cuantos más antioxidantes podamos?

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